Odio a muerte a las lolitas del tipo Nabokov. Aún no he terminado el libro. La de la cabecera no soy yo. Esto no es un cursi-blog, ni un diario, es mi liblog...

15 jun 2012

La muñeca de porcelana

Bueno, pues para variar, escojo las mejores horas para escribir en mi querido liblog. Como ya de por sí no lo visita mucha gente (aunque más de la que me esperaba), pues las novedades ocurren cuando todo el mundo está durmiendo. Así no hay manera...

El caso es que hoy estoy dramática (hablando de drama, espero seguir sabiéndome tan rematadamente bien ese tema de Griego, porque como me tenga que parar el Miércoles por la noche a repasar literatura de Griego, me van a dar por culo enseñar lo que vale un peine el Jueves en Selectividad, pero bueno). Y como tal, tomo decisiones dramáticas. No, la verdad es que es de las mejores que he podido tomar. Pero no afectará al blog, lo prometo. Y además, es temporal.

En fin, que vengo a inaugurar una nueva sección. Es el momento perfecto: de madrugada, estoy despierta, medio inspirada, con la música puesta y... y ya está. En realidad me duele hacerlo porque tenía idea de hacer otra cosa y esa idea se ha ido metamorfoseando hasta convertirse en otra idea que también tengo en la cabeza pero que no quería desarrollar si no era toda de golpe... y por eso vengo a escribir ahora: porque sienta bien para las depresiones momentáneas y porque estoy emparanoiada. A ver si sale algo bueno.

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Había una vez, una casa normal y corriente, con una familia normal y corriente, con niños pequeños normales y corrientes, con sus habitaciones normales y corrientes, con cajas y estanterías llenas de juguetes normales y corrientes EXCEPTO por una pequeña muñeca, que era extraordinaria. En cierta medida, ella lo sabía, y eso era lo que le impedía ser feliz. 

La muñeca tenía una larga melena pelirroja que le llegaba hasta casi los pies; unos enormes ojos verdes que apenas le dejaban espacio para dos pequeñas líneas rosas que conformaban la nariz y la boca. Además, vestía un bonito vestido blanco impoluto. Lo cierto es que era una muñeca preciosa, pero a lo largo de su existencia había visto pasar a todo tipo de juguetes muchísimo más llamativos que ella. El caso es que la muñeca tenía un defecto: tenía la cara de porcelana, lo cual significaba que no podía moverse de donde estaba si quería continuar compuesta. Por ello, se encontraba en la última leja de una estantería, metida muy al fondo, donde ya casi no llegaba el sol y donde apenas veía nada, ya que los demás objetos, como fotos enmarcadas y lapiceros, estaban delante de ella.

A menudo, de madrugada por la noche, cuando los demás juguetes se cercioraban de que sus dueños dormían, se desperezaban, ya que dormían desde las últimas horas de la tarde, cuando los niños se iban a cenar, y comenzaban a jugar entre ellos hasta el amanecer, que es cuando los niños se despertaban y volvían a por ellos. Había todo tipo de juguetes: pelotas, canicas, ositos de peluche, cochecitos, y sobre todo, muñecas, muñecas más o menos bonitas, más o menos altas, más o menos delgadas. Y el rasgo que tenían en común es que todos estaban más o menos estropeados, excepto, claro, la muñeca de porcelana. Pero lo cierto es que todos disfrutaban muchísimo cuando jugaban juntos.

Varias noches, los ositos de peluche, los cuales no se hacían daño al caer por ser blanditos, habían intentado escalar la estantería para establecer contacto con la muñequita, pero no lo habían conseguido. Los demás juguetes la llamaban desde abajo, pero no eran capaces de relacionarse con ella, ya que ésta tenía demasiado miedo de moverse por si se rompía, y más aún de asomarse siquiera. Pero una de esas noches, algo envidiosa de las risas de los demás juguetes, se deslizó con cuidado y se acercó al borde de la leja. Al asomarse abajo, sintió mucho miedo por la altura, pero vio algo que la impactó más aún: la fiesta que las muñecas habían organizado. Inmediatamente quiso unirse a ellas, pero sabía que no podría hacerlo, de modo que se resignó y, muy entristecida, volvió a su oscura esquina.

Desde aquella noche, la primera en que se había decidido a escrutar lo que había más allá de la superficie en que se encontraba, cada vez le costaba más resistir la tentación de bajar y unirse a la diversión, y a pesar de lo grande que era aún el miedo a romperse, ideó un plan: se colocaría en el borde de la estantería para que, a la mañana siguiente, si los niños la veían, sintieran pena de verla tan solita y quisieran unirla con las otras muñecas. Y así fue. Una de las niñas se fijó inmediatamente en ella y le pidió el favor encarecidamente a su madre, quien, antes de colocarla en el suelo, le avisó que era una muñeca muy delicada, que se rompería con facilidad si no la trataba bien y que sólo se la dejaría un rato. La niña accedió y la muñequita no veía la hora de ser feliz. Cuando la madre la tomó entre sus manos y la colocó en el suelo, enseguida aprendió lo que era pasarlo bien, y a pesar de que la madre se encargaba de colocarla en su sitio todas las noches, se alegró de poder jugar con los niños.

Sin embargo, un día que la madre no estaba, la niña quiso bajarla de la estantería ella misma, así que colocó una silla al lado de ésta y alargó el brazo hasta el último estante. Con la muñequita agarrada por una pierna, tiró, con tan mala suerte que la niña perdió el equilibrio y cayó al suelo sin soltarla. La niña comenzó a llorar por la caída y, tras levantarse con mucha dificultad, salió corriendo del cuarto en busca de su padre. Por su parte, la muñeca yació en el suelo bocabajo, incapaz de moverse. El vestido blanco ocultaba sus miembros retorcidos, sobre el cual se extendía su pelo, más rojo que nunca. Pero la herida más grave era que su carita de porcelana estaba ahora partida en dos. No obstante, para nada se reflejaba en ésta miedo o tristeza, tal y como se esperaba. Si bien había sentido todo eso durante la caída, tuvo el tiempo suficiente de reflexionar y darse cuenta de que lo había pasado muy bien durante esos días y que si se hubiera atrevido antes a asomarse, quizás habría disfrutado durante más tiempo. Por eso, lejos de mostrar una mueca, sus finos labios continuaron delineando su acostumbrada sonrisa. Los demás juguetes la contemplaron en silencio, y esa noche meditaron sobre ella.

Moraleja: Es natural sentirse vulnerable si nos vemos ciertamente distintos a los demás, y tener miedo si nuestra situación es propicia para ello. Sin embargo, esos sentimientos deberían quedar cohibidos por las ganas de vivir y hacernos ver, porque quien no se atreve a vivir, no disfruta de la vida. Y más si contamos con personas alrededor que nos animan a tomar las riendas de nuestro existir. Así, es necesario dejar a un lado el temor a hacernos daño y experimentar, pues cada éxito que logremos, por pequeño que sea, se sobrepondrá al anodino tedio de mirar y no actuar. Porque los golpes de la vida vendrán sin avisar, y cuando lleguen, debemos poder estar orgullosos de haber vivido de la manera que quisimos, y debemos poder asumir la derrota final sin dolor ni arrepentimiento por no haber dado lo mejor de nosotros.

2 comentarios:

  1. http://www.youtube.com/watch?v=QYXpkaI_INo&feature=fvwrel

    Los cuentos me llenan las mejillitas.

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  2. Y a mí tus cancioncitas ;_; si algún día lo grabo en corto, pondré esto de fondo.

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